Cultivando en armonía con los procesos naturales.

Poco a poco hemos venido juntando las piezas que nos permitirán convertirnos en los mejores horticultores urbanos.  Sin embargo, antes de tratar asuntos más prácticos, me gustaría tocar este tema que considero, es fundamental.

Aunque nosotros no pretendamos construir un huerto a gran escala, ni convertirnos en empresarios agrícolas, es importante recordar que en las últimas décadas ha cambiado de forma significativa, aunque quizás no en la extensión en la que debería, la forma en que se producen muchos de los alimentos que consumimos.

Los consumidores se han venido mostrando cada vez más escépticos acerca de la seguridad y calidad de los alimentos producidos utilizando los métodos empleados por la agricultura industrial, además de manifestar la sociedad una creciente preocupación por la conservación del medio ambiente.

De allí que, a partir de la década de 1940 comenzara a tomar forma un movimiento llamado “agricultura orgánica”. Albert Howard, botánico inglés, principal gestor de la agricultura ecológica moderna, autor de “An Agricultural Testament”, un clásico de los textos de agricultura ecológica y  Eve Balfour, primera mujer agrónoma del Reino Unido, quien escribió el libro “The Living Soil”, texto base del movimiento emergente de agricultura orgánica, lograron divulgar sus conocimientos a través de la Soil Association, inspirando a muchos agricultores y científicos del mundo, los cuales promovieron el movimiento ecologista a nivel internacional, incluyendo a   J. I. Rodale, fundador del Rodale Research Institute en Estados Unidos.

Según la IFOAM (Federación Internacional de Movimientos de Agricultura Orgánica),  la agricultura orgánica es:

“un sistema de producción que mantiene y mejora la salud de los suelos, los ecosistemas y las personas. Se basa fundamentalmente en los procesos ecológicos, la biodiversidad y los ciclos adaptados a las condiciones locales, sin usar insumos que tengan efectos adversos. La agricultura orgánica combina tradición, innovación y ciencia para favorecer el medio ambiente que compartimos y promover relaciones justas y una buena calidad de vida para todos los que participan en ella”.

Adicionalmente, la FAO define a la agricultura orgánica como

“aquella forma de producir alimentos que respeta los ciclos de vida natural y el medio ambiente, desde las etapas de producción hasta las de manipulación y procesamiento, minimizando el impacto humano sobre el medio ambiente”.

La agricultura orgánica es, por tanto, un sistema holístico de gestión de la producción que fomenta y mejora la salud del agroecosistema, y en particular la biodiversidad, los ciclos biológicos, y la actividad biológica del suelo. Hace hincapié en el empleo de prácticas de gestión prefiriéndolas respecto al empleo de insumos externos a la finca, teniendo en cuenta que las condiciones regionales requerirán sistemas adaptados localmente. Esto se consigue empleando, siempre que sea posible, métodos culturales, biológicos y mecánicos, en contraposición al uso de materiales sintéticos, para cumplir cada función específica dentro del sistema.

Los principios de la agricultura orgánica están en consonancia con los de la agricultura biodinámica iniciada por Rudolf Steiner en 1924, en la que la granja es vista como un organismo autocontenido, en estado de evolución, que utiliza insumos externos en cantidades mínimas: se usan preparados biodinámicos y entre los requisitos se incluyen, la armonía del cultivo con los ritmos cósmicos, comercio justo y la promoción de asociaciones económicas entre productores, procesadores, comerciantes y consumidores.

De igual forma, la permacultura, ciencia interdisciplinaria de la tierra, cuyos principios fueron desarrollados por Bill Mollison en la década de 1970, comparte su enfoque con la agricultura orgánica.  La permacultura es un sistema de diseño del paisaje y la sociedad que trabaja para conservar la energía en la granja (por ejemplo, el combustible obtenido de las cosechas, la leña, las calorías de los alimentos) o para generar más energía que la que consume. El cuidado de las asociaciones naturales (incluidas las zonas salvajes), la rehabilitación de las tierras degradadas y la independencia local son ejes de la permacultura.

Podríamos por tanto, resumir los principios de la agricultura orgánica como sigue:

  • Los cultivos son sometidos a rotación por lo que los recursos locales son utilizados de forma eficiente. Se mantiene la fertilidad del suelo a largo plazo.
  • Los pesticidas químicos, fertilizantes sintéticos, antibióticos y otras sustancias, están severamente restringidos. Se promueve un uso saludable del suelo, el agua y el aire, y se reducen al mínimo todas las formas de contaminación de estos elementos que puedan resultar de las prácticas agrícolas.
  • Los organismos genéticamente modificados están prohibidos.
  • Los recursos locales son aprovechados, como por ejemplo, el estiércol de los animales como fertilizante. Se reutilizan los desechos de origen vegetal y animal a fin de devolver nutrientes a la tierra, reduciendo al mínimo el empleo de recursos no renovables.
  • Son utilizados plantas y animales resistentes a las enfermedades, adaptados al medio ambiente local. Se incrementa la actividad biológica del suelo y la diversidad biológica del sistema en su conjunto.

Aunque nuestra huerta se limite a un espacio muy pequeño, aplicar estos principios en ella, será nuestro aporte en la construcción de un mundo mejor y más sostenible.

La información suministrada en esta entrada ha sido extraída de varios documentos oficiales que recomendamos revisar al lector interesado:

Agricultura Orgánica,  Ambiente y Seguridad Alimentaria, editado por el Departamento de Desarrollo Sostenible de la FAO.

Codex alimentarius: directivas para la producción, procesamiento, etiquetado y comercialización de los alimentos producidos orgánicamente.

Definición y Principios de la Agricultura Orgánica. IFOAM.